27/7/11

Arma.

Al caer el escudo, la carne queda expuesta a cualquier arma; se lastima y luego sana. Pero queda una herida; el escudo está ahora perdido. Es así que su protección es una cicatriz, una pobre armadura.

22/7/11

Un abrazo y un rechazo.

Ese abrazo demostraba una y mil sensaciones. Demostraba un final, un comienzo. Como un abrojo se aferraron, cerraron los ojos y recordaron ese fatídico momento. Pero como una piedra logra romper en un instante un cristal, ese pensamiento se perdía y ya no lo sentía. Ya no entendía el abrazo y quería estar sola. Quería estar sola porque en su cabeza las aguas no calmaban y cobraban fuerza y furia.
¿En realidad quería estar sola? No. Se sentía sola, quería compañía. Quería un abrazo sincero, quería un hombro, una mente que escuchara y analizara su mente. La fuerza de las palabras aumentaba y cada frase hacía que su cabeza doliera.
De a poco estarían creando una herida en su pecho.
¿Por qué tenía entonces tan presente ese abrazo? No cabía duda que ese momento había sido tan real como era su dolor ahora, pero ya no lo sentía. Su cuerpo rechazaba la idea de acercarse y abrazar de esa manera otra vez. Rechazaba la idea de acercarse. Es por éso que a pesar de su soledad, quería estar más sola. Es por éso que ya no comprendía la sinceridad de ese abrazo.
No era sólo éso. Además de ese cruel rechazo que sentía, su mente le hacía creer que era la bacteria que de a poco pudría a esa multitud. Entonces, el sentimiento de querer estar más sola todavía, de escapar, era también para calmar esa tensión, para arreglar esa linda relación que veía y no quería que acabe.
Sentía rechazo.
Nayla se sentía una vez más, rechazada.

13/7/11

Redactarte

Estar parado en medio de un campo vacío y enorme, sentirse atrapado entre cuatro paredes imaginarias que te sofocan, te aplastan y te hunden en vos mismo. Cerrar los ojos para no sentir lo que hay al rededor, imaginar más y querer volver a abrirlos, con miedo. Pero esa presión que hacía fuerza en tu cabeza, ahora pasó a tu pecho y te hace sacar lágrimas. Las absorbe, las saborea y las escupe. Pero, ¿quién?
Hacía tiempo que no recorría esos caminos tan profundos de su mente y ahora lo único que quería era descansar. Quería sonreír, quería volver a soñar. Fue así que tomó un libro, se sentó, lo abrió en la página 11, y comenzó a leer su pasado. Comenzó a crear su pasado, que tan perdido estaba.

3/7/11

Canela y miel.

Nayla se levantaba cada mañana para preparar su té de canela y miel. Se sentaba en el sillón de su abuela a escuchar el viento soplando entre las hojas del gran árbol antiguo. Tomaba de a pequeños sorbos, imaginaba el mundo como no era, recordaba fragmentos de poesías aún no inventadas.
Al terminar su té dejaba la taza blanca con flores de jazmín pintadas en ella sobre la mesita, sobre el mantel que tantos recuerdos le traía.
Nayla soñaba con ver una vez más al niño corriendo en el parque, a los pájaros volar sobre su cabeza. Su cabeza. Tenía una mesa con tazas de té, de canela y miel. Tenía un sillón y un gran árbol antiguo. Una luz tenue absorbía su impaciencia. Un escalofrío recorría su espalda.
Nunca había prendido el fuego. Nunca había comprado saquitos de té de canela y miel. Nunca había tenido un sillón de su abuela, ni un árbol antiguo. Sólo tenía ese mantel que simulaba ser su mente, simulaba ser sus pensamientos.
Simulaba existir, Nayla simulaba existir.