17/9/15

Cuando caen las hojas

Sueño soy otoño, preciso de verano para hablar, de primavera para cantar. Invierno callo, pero su brisa me acaricia y me suelta las palabras. Manos frías, alma templada, y las hojas secas recobrarán el verde que la primera estación se llevó.

Valkiria

Encandilada por el reflejo del sol sobre el aparato separador de lo actual y lo antiguo, Nayla despierta. Nayla se eleva. Pero esa elevación no es más que mental; su cuerpo material se mantiene estático. Quizás esa luz que cegó sus ojos la ayudó a despertar de la realidad, pero no de su realidad; durmiéndola en sus pensamientos. Porque cuando la vida comenzaba a iluminarle la cara, Nayla cerraba sus ojos y se elevaba a su propia galaxia. El universo presta muchas galaxias; una de ellas, sucia, manchada de humo, común a todo lo corpóreo; las demás, en niveles superiores, puras y extraordinarias, las de Nayla y las demás semillas.

Nayla es melodía.

¿Había entonces Nayla desaparecido?
Acompañada de sonidos joviales y de un entorno bañado en varios tonos verdes y marrones, las hojas comenzaron a posarse en su cuerpo. Primero sus pies. Caminante sin voz no puede andar. En segundo lugar, sus piernas. Cielo no es cielo si no posee tierra para ser soportado. Luego su torso. Vacías de aire no podrían volar. Posteriormente, sus brazos. Burbuja corpórea, déjate llevar. Seguidamente, sus manos. Los árboles recrean su existencia mediante sus ramas. Por último, su cabeza. Se hace tierra, se hace naturaleza, se hace voz, y canta en tu mente. 
Las hojas, así, cubrieron cada centímetro del cuerpo de la joven. Cada paso que daba, dejaba un rastro de susurros que luego mutarían en el viento. Nayla mutaba. Era ahora el inicio del recorrido de pensamientos. Ella era cada palabra posada sobre su piel. Porque cada Nayla es un vuelo de palabras. Recreaba las voces que no temieron alguna vez cantar. Ella es silencio. Es silencio y es voz. Es canto. Es llanto. Es risa. Nayla es melodía. Y ahora anda porque lleva en sí miles de voces. Es cielo porque es soportada por su tierra. Vuela porque se llena de aire. Recrea su existencia porque tiene ramas. Canta en tu mente porque es tierra, porque es naturaleza, y se hace voz.
La joven ya no existía. Simulaba existir. Era el puente del infinito pasado hacia el efímero presente, pudiendo así acumular cada hoja de la fugacidad del momento, cantando el silencio, cantando la voz. No sólo Nayla mutaba su cuerpo y alma; mutaba también su entorno, para así mantener vivo a cualquier caminante que con voz, anduviera por la dulce vía que dejaba al volar.