¿Qué pasó, Nayla? ¿Desde cuándo empezamos a atarnos a las presuntas raíces? ¿Desde cuándo dejamos de sentir el viento en nuestras caras? ¿Desde cuándo las hojas deben ser un eco constante, una imagen ya vista? ¿Es que ya no soy dueña de mi propio templo, de mi mente? ¿Es que acaso yo ya no controlo mis acciones intangibles, o aún peor, tú ya no las controlas? No quiero. No quiero hacer de mi vida un juego de ajedrez. Ni tú ni yo, Nayla, queremos tener que ser partícipes de una estrategia falsa. Nayla, quiero que sigas sonriendo con tu inocencia que tan lejos nos llevó.
Y a tí, mujer, ¿qué te pasó?