Encandilada por el reflejo del sol sobre el aparato separador de lo actual y lo antiguo, Nayla despierta. Nayla se eleva. Pero esa elevación no es más que mental; su cuerpo material se mantiene estático. Quizás esa luz que cegó sus ojos la ayudó a despertar de la realidad, pero no de su realidad; durmiéndola en sus pensamientos. Porque cuando la vida comenzaba a iluminarle la cara, Nayla cerraba sus ojos y se elevaba a su propia galaxia. El universo presta muchas galaxias; una de ellas, sucia, manchada de humo, común a todo lo corpóreo; las demás, en niveles superiores, puras y extraordinarias, las de Nayla y las demás semillas.
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