27/10/10

No digas más palabras necias.

Y la miró a los ojos, y sonrió. Se veía tan atrapado en esos sentimientos que nunca tuvo, en un campo tan abierto, tan cerrado. Sentía que lo que escuchaba no era real, que lo que hablaba no sonaba. Pero estaba feliz, deseaba verla sonreír una vez más. "¿Y si el temor no empañara tus ojos? ¿Y si los nudos de tu garganta desaparecieran?" le preguntó. Pero, ¿cómo? No veía la posibilidad, no entendía.
El sol, tan grande y tan chico, brillaba y se escondía. Dejaba ver sus últimos rayos, las nubes lloraban detrás de él. La mujer ya podía llorar tranquila. Sabía que sus lágrimas se iban a perder entre la lluvia y la oscuridad. Pero sabía también que éso no significaba que el dolor iba a desaparecer. No.
Y la miró nuevamente a los ojos. Ella, con sus párpados cansados, con su mente desordenada, dio media vuelta y comenzó a caminar. Él la miraba desde lejos, cada vez más lejos. ¿Podía hacer algo? ¿Realmente podía?
No, ella no existía. Nunca existió.

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