El sol, tan grande y tan chico, brillaba y se escondía. Dejaba ver sus últimos rayos, las nubes lloraban detrás de él. La mujer ya podía llorar tranquila. Sabía que sus lágrimas se iban a perder entre la lluvia y la oscuridad. Pero sabía también que éso no significaba que el dolor iba a desaparecer. No.
Y la miró nuevamente a los ojos. Ella, con sus párpados cansados, con su mente desordenada, dio media vuelta y comenzó a caminar. Él la miraba desde lejos, cada vez más lejos. ¿Podía hacer algo? ¿Realmente podía?
No, ella no existía. Nunca existió.
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